dimarts, 21 de juliol del 2009

COMUNICADO DEL FRENTE NACIONAL CONTRA EL GOLPE DE ESTADO EN HONDURAS

El Frente Nacional Contra el Golpe de Estado en Honduras, integrado por las diferentes expresiones organizadas en el país y unidas por la situación provocada a partir del golpe de Estado, a la comunidad nacional e internacional informa lo siguiente:

1. Reiteramos que la posición intransigente de la comisión nombrada por los golpistas hace imposible una solución exitosa de la mediación realizada en San José.

2. Estamos de acuerdo con el primer punto de la propuesta presentada por el ciudadano presidente de Costa Rica, premio Nobel de la Paz, Oscar Arias, consistente en la restitución inmediata de Manuel Zelaya Rosales a la presidencia de la República de Honduras, misma que demandamos sea de carácter incondicional.

3. Rechazamos el resto de dicha propuesta, porque no coincide con nuestros planteamientos y exigencias, lo cual argumentamos: El numeral 2 posibilita la inclusión de personas relacionadas con el golpe de Estado y, por lo tanto, que han cometido delitos de lesa humanidad. El numeral 3 significa la negación del derecho ciudadano a una democracia participativa. El numeral 4 promueve la impunidad para quienes planearon, ejecutaron y avalan el Golpe de Estado. El numeral 5 entraña la posibilidad de perpetrar un fraude electoral del cual ya se tienen claros indicios. El numeral 6 desconoce nuestro planteamiento de revisar el papel constitucional de las fuerzas armadas y su involucramiento en el golpe de Estado. El numeral 7 no tiene razón de ser, en tanto no se despejen los puntos anteriores.

4. Denunciamos la actitud de desconocimiento tácito de violación de derechos humanos de que viene siendo objeto la población por parte del gobierno de facto y sus aparatos represores, de lo cual es muestra: 4 asesinatos, 1,158 detenciones ilegales, acoso y persecución a representantes del movimiento social; 14 medios de comunicación, 14 periodistas y 4 organizaciones sociales han sufrido atentados a la libertad de expresión; se han violentado los derechos individuales y fundamentales en la vida del ciudadano y ciudadana contemplados en la Constitución de la República. Denunciamos así mismo la involución que ha sufrido el país en materia de derechos humanos, militarización y acoso de comunidades como la Guadalupe Carney, en Silín, Colón; militarización de instituciones públicas y la puesta en acción de miembros de escuadrones de la muerte en todo el país; a lo cual se suma el accionar coludido del Ministerio Público, juzgados y Tribunales de la República con el gobierno de facto, lo que ha provocado un estado de indefensión de la ciudadanía.

5. Mantenemos nuestra posición de alcanzar procesos políticos incluyentes que permiten la participación democrática de hombres y mujeres, por medio de la instalación de una Asamblea Nacional Constituyente.

6. Continuamos firmes en nuestra lucha, hasta lograr la recuperación del orden institucional.

Tegucigalpa, M.D. 19 DE JULIO 2009

diumenge, 2 de novembre del 2008

¿De la «revolución ciudadana» a la transformación social radical?


Franck Gaudichaud/ Inprecor (Traducido por Caty R.)

«Hoy Ecuador ha decidido un nuevo país. Las viejas estructuras han sido derrotadas por esta revolución ciudadana»: de esta forma, el Presidente Rafael Correa analizó la victoria del «Sí» al referéndum constitucional el pasado 28 de septiembre. Un referéndum que ratifica la instauración de una nueva arquitectura institucional en este pequeño país de 14 millones de habitantes, situado en el oeste de América del Sur, en el que más del 50% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. Sin ninguna duda, esta cuarta victoria electoral de la coalición progresista gubernamental, Alianza País (1), confirma la energía antiliberal que agita al país desde hace varios años y confirma el proyecto de reformas sociales impulsado por el gobierno actual. Detrás de esta lucha en las urnas subyace fundamentalmente un combate social y político antioligárquico y el cuestionamiento de la influencia imperialista en la región. Desde este punto de vista, el último referéndum no debería hacer que se olvide que si todo está abierto en Ecuador, todavía no hay nada realmente ganado en lo que se refiere a un cuestionamiento radical de las estructuras del capitalismo neoliberal dependiente.

Repaso de los resultados del referéndum

Rafael Correa ganó la presidencia de la República en noviembre de 2006, con un 56% de los votos emitidos, y aquella elección ya significó una derrota evidente de la derecha conservadora y los partidos tradicionales, así como de importantes sectores de la oligarquía local apoyada por el imperialismo estadounidense. Sólo el hecho de que su adversario, el multimillonario y magnate de las plantaciones bananeras, Álvaro Noboa, pudiera ser derrotado en el terreno electoral gracias a una campaña militante, es todo un símbolo en un país donde el sometimiento al capital extranjero estaba grabado a fuego por el tratado de libre comercio con Estados Unidos y la dolarización de la economía (vigente desde el año 2000). Así, la elección presidencial representó a los ojos de millones de ecuatorianos un rayo de esperanza: «una victoria de los de abajo, en la que se asistió a una fusión entre la conciencia social y la conciencia política de izquierdas, a una identificación entre la lucha contra la oligarquía y la lucha contra el neoliberalismo» (2).

El referéndum celebrado a finales de septiembre 2008 con el fin de instaurar una nueva Carta Magna, no sólo confirma el proyecto, sino que esta victoria también profundiza la perspectiva del cambio social en Ecuador. Más del 64%, casi 10 millones de electores (3), se pronunciaron positivamente (frente a sólo un 28% del «no»), a pesar de la intensa campaña de la oposición, la jerarquía de la Iglesia Católica y el partidismo vergonzoso de la gran mayoría de los medios de comunicación, que pertenecen a grandes grupos privados, siempre dispuestos a satanizar a los movimientos populares o a los diputados de izquierda de la Asamblea Constituyente. El «Sí» se impuso, contra viento y marea, en 23 de las 24 provincias del país (que sólo ha perdido en la pequeña provincia amazónica de Napo) y se extiende incluso a la provincia de Guayas, la más poblada del país, aunque allí no llegó a la mayoría absoluta. El «no» (sumado al más del 9% de votos nulos) resultó ganador -por una diferencia muy pequeña- en Guayaquil, metrópoli económica situada en la costa del Pacífico: Así, Jaime Nebot, el alcalde social-cristiano de la ciudad, aparece como el líder de la derecha del país. Digno representante de las clases dominantes, inmediatamente pretendió demostrar que estaba listo para la lucha, afirmando su derecho a la «resistencia» y a la «autonomía» frente al gobierno de Quito. Anticipando claramente la estrategia de enfrentamiento de las élites de Guayaquil, Nebot pidió a sus partidarios (en particular al movimiento de estudiantes de esta ciudad) que se preparasen para futuros enfrentamientos con el movimiento popular indígena y la izquierda ecuatoriana.

Como en Bolivia, los sectores dominantes, incapaces de regresar al centro de la escena política a través de las urnas, ahora apuestan por el derecho «a la autonomía» y por el separatismo –incluso por la violencia­- de las regiones más ricas. Esta táctica pretende reproducir la división secular del país entre la costa (donde vive una gran parte de la élite blanca y donde se concentran las actividades industriales y petroleras y las grandes plantaciones) y la parte andina del país (la sierra), donde se encuentra Quito, la capital, la sede del gobierno (el palacio Carondelet) y una gran concentración de poblaciones indígenas.

La nueva constitución y la «revolución ciudadana» de Rafael Correa

Las últimas elecciones dejaron atrás la Constitución de 1998, redactada a puerta cerrada en un cuartel militar y que tenía por objetivo intentar que terminasen las constantes luchas internas entre las clases dominantes ecuatorianas. Dichas luchas son una de las «marcas de fábrica» del sistema político del país, liberado en 1822 por el ejército independentista de Antonio José de Sucre. Durante todo el siglo pasado, la República estuvo presa en los conflictos que acosaban al bloque social dominante, tomando distintas formas entre las que se encontraban las divergencias de intereses entre varias fracciones: la burguesía comercial «agroexportadora» (vinculada al Partido liberal), la oligarquía rural y la Iglesia Católica (Partido conservador), algunos sectores del capital financiero próximos al Partido social-cristiano y, además, una nueva burguesía nacional emergente, representada por distintas corrientes socialdemócratas. En estas condiciones, el proceso de dominación política iba al compás de una respiración inestable, salpicado con varias dictaduras militares (la última acabó en 1978), pero también de insurrecciones populares («revolución Juliana» en 1925, «la Gloriosa» de 1944 o, más recientemente, las rebeliones de enero de 2000 y abril de 2005). Nada menos que 55 dirigentes se sucedieron en el gobierno desde 1900 y se destituyó a 3 presidentes en el último decenio: 1997, 2000 y 2005 con la caída de Lucio Gutiérrez, cuya dimisión abrió un nuevo espacio en el que entró en escena el joven economista y ex ministro Rafael Correa.

La reciente Constitución simboliza la nueva etapa que vive Ecuador desde hace más de dos años. Ha sido presentada por Correa como una herramienta destinada a terminar con «la larga noche neoliberal», con el fin de construir «una patria soberana, digna, justa, sin miseria, sin desempleo y sin discriminación». Tras 8 meses especialmente agitados se aprobó este proyecto. La Asamblea Constituyente, que redactó el texto entre noviembre de 2007 y julio de 2008, estaba ampliamente dominada por la Alianza País (AP), que contaba con 80 legisladores contra sólo 40 de la oposición y 10 vinculados a pequeñas formaciones de izquierda próximas a Correa (Movimiento popular democrático, Izquierda democrática) o la Confederación de las nacionalidades indígenas de Ecuador (CONAIE) (5), representada por su brazo político, Pachakutik. Como en Venezuela (1999) y en Bolivia (2007), este proceso constituyente se ha elaborado sobre la base de un auténtico diálogo con los ciudadanos (que eligieron a los diputados de la Asamblea) y una consideración parcial de las reivindicaciones de los movimientos sociales (quienes fueron invitados a discutir los textos conforme se elaboraban), aunque al final es efectivamente el buró político de AP quien controló la mayoría de las orientaciones fundamentales de la Constitución. Sin embargo, si se compara esta experiencia con la mayoría de las constituciones aprobadas en América Latina, basadas en los pactos entre partidos, indudablemente se trata de un importante avance democrático que permitió la politización de cientos de miles de ciudadanos en el país.

Sin embargo, numerosas contradicciones limitan esta democratización y las tensiones no han faltado, por una parte, entre Correa y los movimientos populares, al igual que dentro de la coalición gubernamental (5). Los principales puntos de crispación se refirieron al modelo económico y la cuestión ecológica, los derechos de las poblaciones indígenas y los derechos de producción. Así, el conflicto entre los dos líderes, Rafael Correa y Alberto Acosta (Presidente de la Asamblea Constituyente) también es el reflejo de la contradicción entre los objetivos «extractivistas» de una mayoría del gobierno (donde en encuentra Correa), que piensa que es imprescindible continuar con la política basada en el desarrollo de la extracción petrolífera y minera en alianza con ciertas multinacionales, y los objetivos «más ecologistas» y más próximos a la CONAIE, que insisten en que es necesario instaurar una forma de desarrollo alternativa. Haciéndose eco de las exigencias de numerosas organizaciones sociales y de la izquierda radical, Acosta se opone a la idea de una explotación del campo petrolero ITT (Ishpingo-Tambococha-Tiputini), situado en el parque nacional Yasuni, una de las principales reservas de la biosfera del planeta (6). Este tipo de discusión se reproduce en torno al concepto del acceso al agua como derecho fundamental inalienable, sobre la cuestión de la explotación de los recursos situados en territorios indígenas y también en las cuestiones del matrimonio homosexual y el derecho al aborto.

Los límites del nacionalismo radical ecuatoriano y «el socialismo del siglo XXI»

A través de estos avances -y contradicciones-, se leen entre líneas las limitaciones del programa de la «revolución ciudadana» de AP. Los 444 artículos hacen de la Constitución ecuatoriana una de las más democráticas de América Latina. Equipara la justicia indígena con la ordinaria, establece la unión civil entre dos personas de cualquier sexo, declara la imprescriptibilidad de los crímenes contra la humanidad y garantiza, por primera vez, la gratuidad de la sanidad y la educación.

Se consagra el papel central del Estado en la planificación económica, ya que «se reserva el derecho de administrar, regular y controlar» los sectores estratégicos: banco central, energía, telecomunicaciones, recursos naturales no renovables, transporte, refinado de hidrocarburos, biodiversidad, patrimonio genético, espectro radioeléctrico, agua… El texto ratifica el fin de la presencia militar de Estados Unidos (base de Manta) y crea la figura de un Estado plurinacional democrático. La Carta magna sustituye también el concepto de «economía social de mercado» por el de un sistema «justo, democrático, productivo, solidario y sostenible basado en una distribución igualitaria de los beneficios del desarrollo», e introduce el concepto «de ilegalidad» de la deuda externa.

El concepto de democracia participativa está presente en todo el texto, especialmente a través de la figura de un «Consejo de participación ciudadana». No obstante, para algunas organizaciones militantes, el resultado final es «esquizofrénico» debido a ciertos aspectos: «Por ejemplo, el reconocimiento de los derechos de la naturaleza y del agua como derecho humano, la introducción del concepto indígena del “buen vivir” como una nueva forma de desarrollo que sobrepasaría el modelo “extractivista”, así como una relación armoniosa con la naturaleza, pierden su eficacia y dejan abierta la posibilidad de explotar las zonas naturales protegidas en favor del Estado. Así, la declaración del carácter plurinacional del Estado no tiene ningún efecto sobre las estructuras políticas del país y margina las principales demandas de los pueblos y ciudadanos indígenas, como la posibilidad del autogobierno en sus territorios ancestrales» (7).

También se han criticado las tendencias «verticalistas» o «caudillistas» por algunos militantes de izquierda, como el ex diputado de Pachakutik, Napoleón Saltos, que llegó a promover un «voto nulo rebelde» a la Constitución, en un impulso sectario poco acogido por las clases populares. La figura tutelar de Correa será incluso más poderosa, ya que la nueva ley refuerza los poderes del Presidente y le concede la posibilidad de volver a presentarse para otros cuatro años en 2009 y después ser reelegido otra vez (es decir, hasta 2017…) (8).

Por otra parte Correa, que es un católico convencido, a menudo se aleja de sus bases en asuntos como el laicismo, la gratuidad de las universidades, el medio ambiente, la autonomía indígena o el aborto: algunos avances constitucionales se han conseguido a pesar de él y gracias a la firme presión del movimiento social, mientras que la Iglesia emprendió una campaña extremadamente activa y reaccionaria. El propio Presidente, en algunas ocasiones, se mostró insultante hacia las poblaciones indígenas, revelando sin disimulo su desprecio por algunas de sus reivindicaciones. Algunos miembros de la Asamblea incluso denunciaron la «derechización del gobierno», como Mónica Chuji que abandonó AP. Sin embargo, dentro de la izquierda radical la mayoría de los militantes decidió –creemos que con razón- dar su apoyo crítico al referéndum, con el fin de estimular una campaña popular y sobre todo independiente del gobierno (9).

Es el caso del frente «Unidos para el Sí y el cambio», que agrupaba a varias asociaciones, movimientos sociales y medios de comunicación comunitarios. Este tipo de acciones permitió discutir ampliamente la política de Correa y entró en sintonía con las posiciones de la principal organización indígena del país. Su dirigente, Humberto Cholango, declaró el día del referéndum: «desde el primer levantamiento indio, hace dieciocho años, los pueblos indígenas han reclamado que Ecuador se declare un Estado plurinacional. Pero, aunque no sea completa, dedicamos esta victoria a los compañeros que derramaron su sangre por esto» (10).

Por lo tanto, esta renovación institucional democrática es un paso adelante totalmente significativo y un espacio más abierto para las futuras luchas de clases. Esta última batalla electoral también refleja un combate inacabado por la hegemonía, donde la derecha más conservadora ha sufrido una nueva derrota pero donde ni la izquierda revolucionaria ni los movimientos sociales han conseguido consolidar un proyecto anticapitalista alternativo consistente. En los últimos meses, mientras mantenía una política de asistencia a las poblaciones más pobres, el gobierno realizó algunos gestos fuertes, como los embargos, por malversación demostrada, de los bienes del «clan de los Isaías» (representante de más de 165 empresas y dos canales de televisión) y la expulsión de Ecuador de la compañía de construcción brasileña Odebrecht por incumplimiento de contrato. Todo esto reiterando, al mismo tiempo, la denuncia del liberalismo, de la deuda externa y del imperialismo. Sin embargo, esta «revolución ciudadana» sigue enfrentada con los límites del nacionalismo radical latinoamericano.

El reciente encuentro de Correa en Manaus (Brasil, septiembre de 2008) con Lula, Chávez y Morales, parece que reafirma el camino desarrollista y «neokeynesiano» del ejecutivo ecuatoriano, en alianza con los sectores más modernos de la burguesía local y algunas empresas multinacionales de América del Sur. En la estela social-liberal brasileña, el proyecto de integración del IIRSA (Iniciativa de integración de la infraestructura regional de América del Sur), defendido en Manaus, afirma la necesidad de un gran eje viario y fluvial que atraviese la Amazonia con el fin de conectar el Atlántico y el Pacífico para favorecer los intercambios comerciales y la circulación de los bienes (11). En el plano interno, Correa no ha efectuado una auténtica incursión en el régimen de la propiedad privada de quienes todavía siguen siendo los auténticos dueños del país, ni tampoco ha propuesto una reforma agraria valiente destinada a eliminar el poder de la vieja oligarquía territorial, los «pelucones» (12), que le es profundamente hostil.

Los próximos meses serán decisivos para las luchas sociales en toda la región. En Ecuador, las llamadas a «la unidad» y a un «gran acuerdo nacional» del Presidente Correa, tomado muy en serio por Alberto Acosta, parecen indicar una voluntad de seguir jugando la carta de las alianzas de clases (mientras se acercan las elecciones legislativas). Pero nada demuestra que esta práctica se pueda estabilizar mientras que el gobierno se encuentra acorralado entre la mayoría de la población que espera una aceleración de las reformas sociales y una oposición revanchista. Por otra parte, este equilibrio precario corre el riesgo de entrar en escena en cualquier momento mientras se perfilan las desastrosas consecuencias de la crisis financiera del capitalismo mundial para los países dependientes. Y en la necesaria respuesta de los países del sur a la crisis (13), habrá que dar respuestas radicales que deberán ir en el sentido de una planificación económica democrática y una redistribución de las riquezas, bajo control de la población y los movimientos sociales. Por lo que se refiere a la izquierda anticapitalista, el objetivo fundamental es apoyarse en la conciencia antiimperialista y los avances democráticos ya obtenidos con el fin de acompañar la radicalización de las clases populares y la unidad del movimiento social e indígena. Se trata de recuperar la energía propulsora de las grandes movilizaciones que marcaron la década de los 90, pero esta vez evitando el escollo de una institucionalización o cooptación de los movimientos.

El objetivo es la construcción de un proyecto de ruptura por medio de la participación masiva y la autoorganización en los barrios pobres, las comunidades indígenas, las grandes plantaciones o las empresas. En los futuros debates, la cuestión de la utilización de los recursos naturales y el modelo de desarrollo tendrán un lugar primordial. El anuncio de la privatización parcial del río Nappo, en el marco del corredor amazónico Manta-Manaus-Bélem (bajo hegemonía brasileña), y el proyecto gubernamental de extracción minera en el parque Yasuni formarán parte de los objetivos de lucha a corto plazo. Ambos están en contradicción frontal con la declaración de los «derechos de la naturaleza» de la nueva Constitución. Ante esta gran divergencia entre el discurso y la práctica, la izquierda anticapitalista deberá avanzar, con toda independencia pero sin dogmatismo, una perspectiva «ecosocialista» fraternal que pueda conseguir la convergencia de los que piensan que el «socialismo del siglo XXI» tiene actualmente una oportunidad histórica de convertirse en realidad en América Latina.

Notas

(1) Alianza País es un movimiento político heterogéneo compuesto esencialmente de personas procedentes de las clases medias y urbanas. Una parte de ellas están vinculadas a la cooperación internacional, las ONG y el mundo universitario. También se encuentran en el movimiento miembros del círculo personal de Correa, personalidades de los medios de comunicación, varios empresarios y algunos políticos vinculados a los gobiernos anteriores o procedentes de partidos tradicionales y socialdemócratas.

(2) Margarita Aguinaga, «Equateur. Victoire populaire historique», Inprecor, N° 523-524, París, 2007.

(3) En Ecuador el voto es obligatorio y los residentes en el extranjero (la mayoría viven en España) conservan su derecho al voto.

(4) La CONAIE se creó en 1986, con el fin de agrupar a un importante número de comunidades indígenas y para actuar en la escena política nacional ecuatoriana. Constituye un protagonista esencial de la renovación política antiliberal ecuatoriana de los últimos años y es uno de los componentes principales del movimiento social.

(5) F. Ramírez Gallegos, «Ecuador: En lo que el poder se rompa», Rebelion.org, 30/09/08.

(6) Acosta acabó por dimitir de la Asamblea en junio de 2008.

(7) D. Celleri, H. Chávez, «Asamblea Constituyente en Ecuador: un proceso contradictorio», France Amerique Latine magazine, N° 94, agosto de 2008.

(8) Sin embargo, existen varios mecanismos institucionales nuevos que limitan, precisamente, el peligro de una «hiperpresidencialización», como la posibilidad de revocar al Presidente por dos tercios de la Asamblea Nacional o como consecuencia de un referéndum de iniciativa ciudadana.

(9) Esa fue la posición de Refundación socialista (sección ecuatoriana de la Cuarta Internacional).

(10) E. Tamayo G., «Categórico triunfo de la aspiración de cambio», Alainet.org, 29/09/08 (traducido al francés en Rouge, Nº 2.269).

(11) Este proyecto,
http://www.iirsa.org/, ha sido objeto de crítica de numerosas organizaciones ecologistas y movimientos sociales de América del Sur.

(12) «Pelucones» actualmente es un término satírico que designa a la oligarquía haciendo referencia a las pelucas que llevaban los aristócratas criollos en el siglo XIX.

(13) Declaración final de la Conferencia internacional de economía política, «Respuestas del sur a la crisis financiera mundial», Caracas, octubre de 2008 (Rebelion.org, 12-10-2008).
Franck Gaudichaud es miembro del colectivo http://www.rebelion.org/ y de la asociación France Amerique Latine (http://www.franceameriquelatine.org/). Doctor en Ciencias políticas ha dirigido la obra, recién publicada en ediciones Textuel: Le volcan latinoaméricain. Gauches, mouvements sociaux et néolibéralisme en Amerique latine». Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala.

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.

dimarts, 7 d’octubre del 2008

Si Norteamérica se hiciera comunista

León Trotsky, Liberty, 23 de marzo de 1936.

Si Norteamérica se hiciera comunista como consecuencia de las dificultades y problemas que el orden social capitalista es incapaz de resolver, descubriría que el comunismo, lejos de ser una intolerable tiranía burocrática y regimentación de la vida individual, es el modo de alcanzar la mayor libertad personal y la abundancia compartida.

En la actualidad muchos norteamericanos consideran el comunismo solamente a la luz de la experiencia de la Unión Soviética. Temen que el sovietismo en Norteamérica produzca los mismos resultados materiales que les trajo a los pueblos culturalmente atrasados de la Unión Soviética.

Temen que el comunismo los meta en un lecho de Procusto, y señalan el conservadurismo anglosajón como un obstáculo insuperable hasta para encarar algunas reformas posiblemente deseables. Aducen que Gran Bretaña y Japón intervendrían militarmente contra los soviets norteamericanos. Tiemblan ante la perspectiva de que los norteamericanos se vean regimentados en sus hábitos de alimentación y vestido, obligados a subsistir con raciones de hambre, a leer una estereotipada propaganda oficial en los periódicos, a servir de simples ejecutores de decisiones tomadas sin su participación activa. O suponen que tendrían que guardarse para sí sus pensamientos mientras alaban en voz alta a los líderes soviéticos por temor a la cárcel o al exilio.

Temen la inflación monetaria, la tiranía burocrática y tener que pasar por un intolerable papeleo “rojo” para obtener lo necesario para vivir. Temen la estandarización desalmada del arte y la ciencia, así como de las necesidades cotidianas. Temen ver la espontaneidad política y la supuesta libertad de prensa destruidas por la dictadura de una monstruosa burocracia. Y tiemblan ante la idea de tener que aceptar la volubilidad incomprensible de la dialéctica marxista y una filosofía social disciplinada. Temen, en una palabra, que la Norteamérica soviética se transforme en la contraparte de lo que les han dicho que es la Rusia soviética.

En realidad los soviets norteamericanos serán tan distintos de los rusos como lo son Estados Unidos del presidente Roosevelt* del imperio ruso del zar Nicolás II. Sin embargo Norteamérica sólo podrá llegar al comunismo pasando por la revolución, de la misma manera como llegó a la independencia y la democracia. El temperamento norteamericano es enérgico y violento, e insistirá en romper una buena cantidad de platos y en tirar al suelo una buena cantidad de carros de manzanas antes de que el comunismo se establezca firmemente. Los norteamericanos, antes que especialistas y estadistas, son entusiastas y deportistas, y sería contrario a la tradición norteamericana realizar un cambio fundamental sin que se tome partido y se rompan cabezas.

Sin embargo, el costo relativo de la revolución comunista norteamericana, por grande que parezca, será insignificante comparado con el de la Revolución Rusa Bolchevique, debido a vuestra riqueza nacional y población. Es que la guerra civil revolucionaria no la realiza el puñado de hombres que está en la cúpula, el cinco o diez por ciento dueño de las nueve décimas partes de la riqueza norteamericana; este grupito sólo podría reclutar sus ejércitos contrarrevolucionarios entre los estratos más bajos de la clase media. Aún así, la revolución podría atraerlos fácilmente demostrándoles que su única perspectiva de salvación está en el apoyo a los soviets.

Todos los que están por debajo de este grupo ya están preparados económicamente para el comunismo. La depresión hizo estragos en vuestra clase obrera y asestó un golpe aplastante a los campesinos, ya perjudicados por la larga decadencia agrícola de la década de posguerra. No hay razón por la que estos grupos deban oponer alguna resistencia a la revolución; no tienen nada que perder, por supuesto siempre que los dirigentes revolucionarios se den hacia ellos una política moderada a largo alcance.

¿Y quién más luchará contra el comunismo? ¿Vuestra “guardia de corps” de millonarios y multimillonarios? ¿Vuestros Mellons, Morgans, Fords y Rockefellers? Dejarán de luchar en cuanto no consigan quién pelee por ellos.

El gobierno soviético norteamericano tomará firme posesión de los comandos superiores de vuestro sistema empresario: los bancos, las industrias clave y los sistemas de transporte y comunicación. Luego les dará a los campesinos, a los pequeños comerciantes e industriales, mucho tiempo para reflexionar y ver qué bien anda el sector nacionalizado de la industria.

Es en este terreno donde los soviets norteamericanos podrán producir verdaderos milagros. La “tecnocracia” sólo será real bajo el comunismo, que sacará de encima de vuestro sistema industrial las manos muertas de los derechos de la propiedad privada y las ganancias individuales. Las más osadas propuestas de la comisión Hoover sobre estandarización y racionalización parecerán infantiles comparadas con las posibilidades abiertas por el comunismo norteamericano.

La industria nacional se organizará siguiendo el modelo de vuestras modernas fábricas de automotores de producción continua. La planificación científica se elevará del nivel de la fábrica individual al del conjunto del sistema económico. Los resultados serán estupendos.

Los costos de producción disminuirán en un veinte por ciento o tal vez más. Esto a su vez aumentará rápidamente la capacidad de compra de los campesinos.
Por cierto, los soviets norteamericanos establecerán sus propios gigantescos establecimientos agrícolas, que serán también escuelas voluntarias de colectivización. Vuestros campesinos podrán calcular fácilmente si les conviene seguir como eslabones aislados o unirse a la cadena general.

El mismo método se utilizaría para incorporar a la organización industrial nacional al pequeño comercio y a la pequeña industria. Con el control soviético de las materias primas, los créditos y los suministros estas industrias secundarias seguirían siendo solventes hasta que el sistema socializado las absorbiera gradualmente y sin compulsión.

¡Sin compulsión! Los soviets norteamericanos no tendrían que recurrir a las drásticas medidas que las circunstancias a menudo impusieron a los rusos. En Estados Unidos la ciencia de la publicidad brinda los medios para ganarse el apoyo de la clase media, que estaba fuera del alcance de la atrasada Rusia, con su vasta mayoría de campesinos pobres y analfabetos. Esto, junto con vuestro aparato técnico y vuestra riqueza, será la mayor ventaja de vuestra futura revolución comunista. Vuestra revolución será más suave que la nuestra; luego de resueltos los problemas fundamentales no tendréis que derrochar energías y recursos en costosos conflictos sociales, y, en consecuencia, avanzaréis mucho más rápido.

ncluso la intensidad y abnegación del sentimiento religioso predominantes en Norteamérica no serán un obstáculo para la revolución. Si en Norteamérica se asume la perspectiva de los soviets, ninguna barrera sicológica será lo suficientemente firme como para demorar la presión de la crisis social. La historia lo demostró más de una vez. Además, no hay que olvidar que los mismos Evangelios contienen algunos aforismos bastante explosivos.

En cuanto a los relativamente escasos adversarios de la revolución soviética, se puede confiar en el genio inventivo de los norteamericanos. Por ejemplo, podríais mandar a todos vuestros millonarios no convencidos a alguna isla pintoresca, con una renta para toda la vida, y que se queden allí haciendo lo que les plazca.

Lo podréis hacer tranquilamente porque no tendréis que temer la intervención extranjera. Japón, Gran Bretaña y los demás países capitalistas que intervinieron en Rusia no podrán hacer otra cosa que aceptar el comunismo norteamericano como un hecho consumado. Y de hecho, la victoria del comunismo en Norteamérica, la columna vertebral del capitalismo, determinará que se extienda a los demás países.

Japón probablemente se unirá a las filas comunistas antes de que se implanten los soviets en Estados Unidos. Y lo mismo se puede decir de Gran Bretaña.

De todos modos, sería una idea loca enviar la flota de Su Majestad británica contra la Norteamérica soviética, incluso contra el sur de vuestro continente, más conservador. Sería inútil y nunca pasaría de una incursión militar de segundo orden.

A las pocas semanas o meses de establecidos los soviets en Norteamérica el panamericanismo sería una realidad política.

Los gobiernos de Centro y Sud América se verían atraídos a vuestra federación como el hierro por el imán. Lo mismo ocurriría con Canadá. Los movimientos populares de estos países serían tan fuertes que impulsarían este gran proceso unificador en un brevísimo período y a un costo insignificante. Estoy dispuesto a apostar que el primer aniversario de los soviets norteamericanos encontraría al Hemisferio Occidental transformado en Estados Unidos soviéticos de Norte, Centro y Sud América, con su capital en Panamá. Por primera vez la Doctrina Monroe adquiriría un peso total y positivo en los asuntos mundiales, aunque no el previsto por su autor.

Pese a los plañidos de algunos de vuestros archiconservadores, Roosevelt no está preparando la transformación soviética de Estados Unidos.

La NRA no pretende destruir sino fortalecer los fundamentos del capitalismo norteamericano ayudando a las empresas a superar sus dificultades. No será el Águila Azul, sino las dificultades que ésta es incapaz de superar, lo que traerá el comunismo a Estados Unidos. Los profesores “radicales” de vuestro trust de cerebros no son revolucionarios; son sólo conservadores asustados. Vuestro presidente abomina de “los sistemas” y “las generalidades”. Pero un gobierno soviético es el más grande de todos los sistemas posibles, una gigantesca generalidad en acción.

Al hombre común tampoco le gustan lo sistemas ni las generalidades. Será tarea de vuestros estadistas comunistas lograr que el sistema produzca los bienes concretos que el hombre común desea: su comida, sus cigarros, sus diversiones, su libertad de elegir las corbatas, la vivienda y el automóvil que le gusten. Será muy fácil proporcionarle estas comodidades en la Norteamérica soviética.

La mayoría de los norteamericanos están desorientados por el hecho de que en la Unión Soviética hemos tenido que construir industrias básicas enteras partiendo de la nada. Una cosa así no podría suceder en Estados Unidos, donde ya os veis obligados a reducir las zonas cultivadas y la producción industrial. De hecho vuestro tremendo aparato tecnológico está paralizado por la crisis y exige ser puesto nuevamente en uso. El punto de partida del resurgimiento económico podrá ser el rápido aumento del consumo de vuestro pueblo.

Estáis más preparados que ningún otro país para lograrlo. En ningún otro lado llego a ser tan intenso como en Estados Unidos el estudio del mercado interno. Entra en las existencias acumuladas por los bancos, los trusts, los hombres de negocios, los comerciantes, los viajantes de comercio y los granjeros.

Vuestro gobierno soviético simplemente abolirá el secreto comercial, combinará todos los descubrimientos de estas investigaciones realizadas en función de la ganancia privada y los transformará en un sistema científico de planificación económica. Para ello contará con la colaboración de una numerosa clase de consumidores cultos y críticos. La combinación de las industrias clave nacionalizadas, el comercio privado y la cooperación del consumidor democrático producirá rápidamente un sistema sumamente flexible para satisfacer las necesidades de la población.

Ni la burocracia ni la policía harán funcionar este sistema; lo hará el frío, duro dinero.

Vuestro dólar todopoderoso jugará un rol fundamental en el funcionamiento del nuevo sistema soviético. Es un gran error mezclar la “economía planificada” con la “emisión dirigida”. La moneda tendrá que ser el regulador que mida el éxito o el fracaso de la planificación.

Vuestros profesores “radicales” se equivocan mortalmente con su devoción a la “moneda dirigida”. Esta idea académica podría fácilmente liquidar todo vuestro sistema de distribución y producción. Esa es la gran lección a extraer de la Unión Soviética, donde la amarga necesidad se convirtió en virtud oficial en el reino del dinero.

La falta de un rublo de oro estable es allí una de las causas fundamentales de muchas de las dificultades y catástrofes económicas. Es imposible regular los salarios, los precios y la calidad de las mercancías sin un sistema monetario firme. Tener un rublo inestable en un sistema soviético es lo mismo que tener moldes variables en una fábrica que trabaja en serie. No funciona.

Sólo será posible abandonar la moneda de oro estable cuando el socialismo logre sustituir el dinero por un sistema de control administrativo. Entonces el dinero será un vale común y corriente, como el boleto del colectivo o la entrada al teatro. A medida que el socialismo avance también desaparecerán estos vales; ya no será necesario el control, ni en dinero ni administrativo, sobre el consumo individual; puesto que habrá suficientes bienes como para satisfacer las necesidades de todos!

Aún no estamos en esa situación, aunque con toda seguridad Norteamérica llegará antes que cualquier otro país. Hasta entonces, la única manera de alcanzar ese nivel de desarrollo será mantener un regulador y medidor efectivo del funcionamiento de vuestro sistema. De hecho, durante los primeros años una economía planificada necesita, más todavía que el viejo capitalismo, dinero efectivo. El profesor que regula la unidad monetaria con el objetivo de regular todo el sistema económico es como el hombre que trató de levantar ambos pies del suelo al mismo tiempo.

La Norteamérica soviética contará con reservas de oro suficientes para estabilizar el dólar, lo que constituye una ventaja invalorable. En Rusia hemos aumentado la producción industrial en un veinte y un treinta por ciento anual; pero, debido a la debilidad del rublo, no pudimos distribuir efectivamente este aumento. Esto en parte se debe a que le permitimos a la burocracia subordinar el sistema monetario a las necesidades administrativas. Vosotros os ahorraréis este mal. En consecuencia, nos superaréis mucho, tanto en la producción como en la distribución, lo que llevará a un rápido avance en el bienestar y la riqueza de la población.

En todo esto no necesitaréis imitar nuestra producción estandarizada para nuestra pobre masa de consumidores. Recibimos de la Rusia zarista una herencia de pobreza, un campesinado culturalmente subdesarrollado y con un bajo nivel de vida. Tuvimos que construir las fábricas y las represas a expensas de nuestros consumidores. Padecemos una inflación monetaria contínua y una monstruosa burocracia.

Norteamérica soviética no tendrá que imitar nuestros métodos burocráticos. Entre nosotros la falta de lo más elemental produjo una intensa lucha por conseguir un pedazo extra de pan, un poco más de tela. En esta lucha la burocracia se impone como conciliador, como árbitro todopoderoso. Pero vosotros sois mucho más ricos y tendréis muy pocas dificultades para satisfacer las necesidades de todo el pueblo. Más aún; vuestras necesidades, gustos y hábitos nunca permitirían que sea la burocracia la que reparta la riqueza nacional. Cuando organicéis vuestra sociedad para producir en función de las necesidades humanas y no de las ganancias individuales, toda la población se nucleará en nuevas tendencias y grupos que se pelearán unos con otros y evitarán que una burocracia todopoderosa se imponga sobre ellos.

Así la práctica de los soviets, es decir de la democracia, la forma más democrática de gobierno alcanzada hasta hoy, evitará el avance del burocratismo. La organización soviética no puede hacer milagros; simplemente debe reflejar la voluntad del pueblo. Entre nosotros los soviets se burocratizaron como resultado del monopolio político de un solo partido, transformado el mismo en una burocracia. Esta situación fue la consecuencia de las excepcionales dificultades que tuvo que enfrentar el comienzo de la construcción socialista en un país pobre y atrasado.

Los soviets norteamericanos estarán llenos de sangre y vigor, sin necesidad ni oportunidad de que las circunstancias impongan medidas como las que hubo que adoptar en Rusia. Por supuesto, los capitalistas que no se regeneren no tendrán lugar en el nuevo orden. Resulta un poco difícil imaginarse a Henry Ford dirigiendo el soviet de Detroit.

Sin embargo, es no sólo concebible sino inevitable que se desate una gran lucha de intereses, grupos e ideas. Los planes de desarrollo económico anuales, quinquenales y decenales; los esquemas de educación nacional; la construcción de nuevas líneas básicas de transporte; la transformación de las granjas; el programa para mejorar la infraestructura tecnológica y cultural de Latinoamérica; el programa de comunicación espacial; la eugenesia, todo esto suscitará controversias, vigorosas luchas electorales y apasionados debates en los periódicos y en las reuniones públicas.

Pues en Norteamérica soviética no existirá el monopolio de la prensa por parte de los jefes de la burocracia como en la Rusia soviética. Nacionalizar todas las imprentas, las fábricas de papel y las distribuidoras sería una medida puramente negativa. Significaría simplemente que al capital privado ya no se le permite decidir qué publicaciones sacar, sean progresivas o reaccionarias, “húmedas” o “secas”, puritanas o pornográficas. Norteamérica soviética tendrá que encontrar una nueva solución al problema de cómo debe funcionar el poder de la prensa en un régimen socialista. Podría hacerse sobre la base de la representación proporcional a los votos en cada elección a los soviets.

Así, el derecho de cada grupo de ciudadanos a utilizar el poder de la prensa dependería de su fuerza numérica; el mismo principio se aplicaría para el uso de los locales de reunión, de la radio, etcétera.

De este modo la administración y la política de publicaciones no la decidirían las chequeras individuales sino las ideas de los distintos grupos. Esto puede llevar a que se tenga poco en cuenta a los grupos numéricamente pequeños pero importantes, pero implica la obligación de cada nueva idea de abrirse paso y demostrar su derecho a la existencia.

La rica Norteamérica soviética podrá destinar mucho dinero a la investigación y a la invención, a los descubrimientos y experimentos en todos los terrenos. No dejaréis de lado a vuestros audaces arquitectos y escultores, a vuestros poetas y filósofos no convencionales.

En realidad, los yanquis soviéticos del futuro dirigirán a Europa en los mismos terrenos en los que hasta ahora Europa ha sido su maestro. Los europeos tienen una idea muy pobre de cómo puede influir la tecnología en el destino humano y adoptaron una actitud de despreciativa superioridad hacia el “norteamericanismo”, particularmente a partir de la crisis. Y sin embargo el norteamericanismo marca la verdadera línea divisoria entre la Edad Media y el mundo moderno.

Hasta ahora en Norteamérica la conquista de la naturaleza ha sido tan violenta y apasionada que no habéis tenido tiempo de modernizar vuestras filosofías o de desarrollar formas artísticas propias. Hasta ahora habéis sido hostiles a las doctrinas de Marx, Hegel y Darwin. La quema de los trabajos de Darwin por los bautistas de Tennessee es sólo un pálido reflejo del rechazo de los norteamericanos a las doctrinas evolucionistas. Esta actitud no se limita a vuestros pulpitos. Todavía es parte de vuestra conformación mental.

Tanto vuestros ateos como vuestros cuáqueros son decididamente racionalistas. Y ese mismo racionalismo está debilitado por el empirismo y el moralismo. No tiene nada de la implacable vitalidad de los grandes racionalistas europeos. Por eso vuestro método filosófico es más anticuado todavía que vuestro sistema económico y vuestras instituciones políticas.

Hoy, bastante poco preparados para ello, os veis obligados a enfrentar las contradicciones que sin que se lo sospeche surgen en toda sociedad. Conquistasteis a la naturaleza con las herramientas que creó vuestro genio inventivo sólo para encontraros con que vuestras herramientas destruyeron todo excepto vuestras personas. Contrariamente a todas las esperanzas y deseos, vuestra riqueza sin precedentes produjo desgracias sin precedentes. Descubristeis que el desarrollo social no sigue una simple fórmula. Entonces os visteis arrojados en la escuela de la dialéctica, para quedaros allí.

No hay modo de volverse atrás, a la forma de pensar y actuar predominante en los siglos XVII y XVIII.

Mientras los majaderos románticos de la Alemania nazi sueñan con restaurar la pureza original, o mejor dicho la inmundicia original de la vieja raza de la Selva Negra europea, vosotros, norteamericanos, luego de dar un firme salto en vuestra economía y en vuestra cultura, aplicaréis genuinos métodos científicos al problema de la eugenesia. Dentro de un siglo, de vuestra mezcla de razas surgirá un nuevo tipo de hombres, el primero en merecer el nombre de Hombre.
Y una profecía final: ¡en el tercer año de gobierno soviético en Norteamérica, ya no mascaréis goma!

Publicado en Liberty, 23 de marzo de 1936. Este artículo fue escrito para un amplio público norteamericano, durante la Gran Depresión, cuando millones de personas se radicalizaban y se interesaban en aprender qué era el marxismo y qué significaría la revolución socialista en Estados Unidos. Era a mediados del segundo año del régimen del New Deal impuesto por Franklin D. Roosevelt, cuando el movimiento obrero empezaba a levantarse, pero antes de que se organizara el Comité para la Organización Industrial (CIO). Una nota editorial de Liberty señalaba: “¡No crean una palabra de esto! Lean la semana próxima la respuesta del ex Secretario de Trabajo Davis.” Tomado de la versión publicada en Escritos, Tomo VI, Vol. 2, Ed. Pluma, 1979, Bogotá, pág. 116.

La tecnocracia era un programa y un movimiento norteamericano muy difundido en los primeros años de la depresión, especialmente en la clase media. Proponía superar la depresión y llegar al pleno empleo en Estados Unidos racionalizando la economía y el sistema monetario bajo el control de los ingenieros y técnicos, todo sin lucha de clases ni revolución. El movimiento se dividió en dos alas, una de izquierda y una de derecha, desarrollando, esta última, tendencias fascistas.

National Recovery Administration (NRA, Administración de Recuperación Nacional): se instauró en 1933 como agencia del New Deal para preparar y hacer cumplir al comercio y la industria el código de prácticas leales. Al mismo tiempo, estableció un salario mínimo y un máximo de horas de trabajo y apoyó el derecho de los obreros a afiliarse a un sindicato, pero fue fundamentalmente una ayuda para los empresarios, en el sentido de que les permitió establecer niveles de calidad y los precios mínimos de las mercancías. El símbolo de la NRA era un águila azul. La Corte Suprema de Estados Unidos la declaró ilegal en mayo de 1935.

Trust de cerebros era el nombre popular de los consejeros de Roosevelt en Estados Unidos.
Desde 1920 a 1933 Estados Unidos fue formalmente “seco”, es decir, estaba prohibida por una enmienda constitucional la venta de bebidas alcohólicas. En 1933 se suprimió la enmienda, y el país se volvió “húmedo”, nuevamente.

La quema de los trabajos de Darwin se refiere a las leyes que prohibían enseñar la teoría de la evolución en las escuelas públicas. El juicio Scopes de 1925 en Dayton, Tennessee, fue la más dramática de las protestas legales contra estas leyes